El Día de Muertos es una tradición como pocas en el mundo, no por el ánimo de resaltar las raíces prehispánicas, sino porque festeja a la muerte, pero como buena costumbre mexicana se acompaña de un platillo particular, el Pan de Muerto.
¿Alguna vez te has preguntado cuál es el origen de este pan?
Aquí te contaremos del nacimiento de esta pieza que en estas fechas abunda en las panaderías del país.
Se sabe que, en la antigüedad, particularmente en Mesoamérica, se preparaba un pan de amaranto molido que después de mezclarse con la sangre de los sacrificios, se ofrecía a los dioses, este fue el antecedente del Pan de Muerto.
Fue hasta la Conquista, con la llegada de los españoles que vieron la práctica de los sacrificios humanos como algo tan violento que sugirieron se preparara un pan de trigo cubierto de azúcar roja, la cual simulaba el corazón de las doncellas que iban a ser sacrificadas.
La gran diferencia es que no tendrían que perder la vida.
Los componentes del Pan de Muerto tienden a variar de estado a estado de la República Mexicana, pero hay algunos que son indispensables. Por ejemplo, el círculo al centro del pan simboliza el cráneo del difunto y las tiras alrededor imitan a los huesos que conforman al ser humano.
Dentro de las diferencias que hay en la elaboración del pan de vainilla, es el agregar esencia de azahar con la que se tiene un recuerdo por los difuntos.
Mientras que, en Puebla, se le ponen semillas de ajonjolí; en Oaxaca, se trata de un pan de yema decorado como alfeñique; en la Ciudad de México, se suele encontrar cubierto de azúcar; en Guerrero, es llamado pan bordado o almas.
Existen variantes rellenas para el Pan de Muerto, por ejemplo, en Yucatán es rellenado de queso crema, en algunas zonas de la Ciudad de México es encontrado relleno de nata o chocolate.
Lo importante es seguir con esta tradición de Día de Muertos y aunque no siempre es grato mezclar con conchas, es necesario recordar que, desde hace 15 años, la Unesco declaró el Día de Muertos como Patrimonio de la Humanidad.